martes, 13 de abril de 2010

LOS LÍMITES DE LA ECONOMÍA CREATIVA...(Eduard Miralles)


La denominada ''economía creativa'' se ha convertido al mismo tiempo en un mot d'ordre y en un lugar común del discurso contemporaneo de las políticas públicas para la cultura. Ha llovido mucho, ciertamente, desde que Walter Benjamin y los epígonos de la Escuela de Frankfurt negaron a las ''industrias culturales'' su lugar en el sol entre las artes consideradas ''cultas'', acusadas de ilegitimidad y de ausencia de aura. La tradicional trilogía de la industria editorial, fonográfica y cinematográfica ha incorporado sin pausa nuevos sectores de actividad en virtud de una doble característica: su capacidad para sustituir fuerza de trabajo por capital (lo que Baumol y Bowen hicieron ya notar en aquel clásico estudio del año 1966 que ha acabado siendo considerado la partida de nacimiento de la economía de la cultura) y la presencia destacada de la creatividad como combustible y materia prima fundamental.

Mientras que la cultura tradicional, el antiguo círculo configurado por las artes que se exponen y las artes que se interpretan, presenta pocos problemas de delimitación conceptual, el segundo círculo de las industrias culturales incorpora la problemática de las cadenas de valor y su aleatoria segmentación (una editorial es sin duda industria cultural, pero ¿lo es una imprenta? Y si lo es, ¿lo es siempre o solamente en algunos casos?) y en el tercer círculo, el de la economía creativa, se incrementa exponencialmente la incertidumbre. ¿Debemos considerar a toda la arquitectura como una actividad creativa? ¿Por qué nadie duda de que la industria de los videojuegos forme parte de la economía creativa y en cambio se niega dicha categoría a otras actividades vinculadas con la producción de software informático? Pese a que toda publicidad utilice considerables dosis de creatividad, ¿podemos considerar que toda la publicidad es economía creativa?


Ni que decir tiene que la incorporación de una dimensión territorial o geográfica complica el panorama notablemente. La artesanía, en los países del ''sur'' económico, es un componente fundamental de la economía creativa como jamás lo será en el Norte. En el Mediterráneo se hace difícil no entender el turismo o el patrimonio como una dimensión fundamental de esta nueva economía. A pesar de que no toda la gastronomía es creativa, en países como España o Perú resulta complicado prescindir de esta dimensión económica de la cultura... La tradicionalmente compleja dialéctica sobre el alcance y las dimensiones del concepto de ''cultura'', entre sus polaridades antropológica (''todo es cultura'') y sociológica (la cultura ''artística''), hoy día se incrementa como consecuencia de este nuevo debate, en absoluto tangencial ni estrictamente onomástico. Comprender que la delimitación, rigurosa y flexible a la vez, de un conjunto de actividades económicas que superan con creces la estructura tradicional de un sector productivo es una prioridad fundamental y se ha convertido en condición necesaria para que la incuestionable riqueza del sector cultural no se acabe convirtiendo en un gigante con pies de barro.


Eduard Miralles, Presidente del Patronato de la Fundación Interarts en Cyberkaris N90, abril 2010

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